La mujer en la fuerza de trabajo

Durante la mayor parte de la historia escrita, la agricultura fue la principal ocupación humana, y el trabajo físico pesado no se limitó a los hombres. Las mujeres realizaban tareas físicamente exigentes, como moler grano a mano en un querno de piedra, extraer y transportar agua, recoger madera y batir leche para hacer mantequilla. En general, cualquier respiro de estas tareas ocurriría solo cuando una mujer diera a luz.

La Revolución Industrial cambió la situación laboral de hombres y mujeres. Mientras que el hogar y el hogar habían sido el centro de la producción y la vida familiar, la industrialización cambió el lugar de trabajo del hogar a la fábrica. Sin embargo, el papel de la mujer en la fuerza de trabajo familiar no cambió de la noche a la mañana, ya que al principio muchas familias trabajaban juntas en fábricas como equipos.

No fue hasta mediados del siglo XIX que surgió el papel del hombre como «buen proveedor», y las mujeres se hicieron cargo de la mayoría de las tareas domésticas y domésticas. Esta transición puede haber sido el resultado de una creciente protesta humanitaria contra el duro trato que recibían las mujeres y los niños en los primeros tiempos del sistema fabril. La legislación, especialmente en Gran Bretaña, elevó la edad mínima para el trabajo infantil en las fábricas, estableció límites a las horas de trabajo de mujeres y niños y les prohibió ciertas ocupaciones peligrosas y pesadas. Así, las mujeres se dedicaban principalmente a tareas domésticas, como el cuidado de los hijos, mientras que los hombres salían a trabajar. Ser el único asalariado de la familia reforzaba la posición tradicional del hombre como cabeza de familia.

El papel tradicional del ama de casa (cuyas actividades principales eran la maternidad y la domesticidad) persistió a lo largo del siglo XIX y hasta bien entrado el XX. El advenimiento de la energía eléctrica a finales del siglo XIX trajo a la casa dispositivos que ahorraban mano de obra, como lavadoras y aspiradoras. Aunque liberaron a la ama de casa de algún trabajo pesado, estas innovaciones hicieron poco para disminuir la cantidad de tiempo que pasaba en las tareas domésticas.

Los acontecimientos sociales y económicos fueron los agentes fundamentales que cambiaron la naturaleza del trabajo de la mujer. Por ejemplo, el crecimiento de la educación pública aumentó la demanda de más maestros, y el crecimiento de las empresas industriales y comerciales requirió más trabajadores de oficina y vendedores. Mientras que los hombres habían realizado anteriormente tareas de enseñanza y de oficina, los empleadores encontraron que podían contratar a mujeres para estas ocupaciones, con salarios más bajos. Las diferencias de remuneración entre los sexos se basan en gran medida en el supuesto de que los hombres deben recibir una remuneración suficiente para mantener a una familia. Además, la mayoría de las mujeres que ingresaron a la fuerza de trabajo en los Estados Unidos antes de la Segunda Guerra Mundial eran solteras y no tenían familias que mantener; por lo tanto, podían recibir salarios más bajos. Esta desigualdad en las escalas salariales de hombres y mujeres, incluso para un trabajo igual, sigue existiendo.

Muchas mujeres trabajadoras realizan tareas estrechamente relacionadas con su trabajo doméstico tradicional. Por ejemplo, cuando la ropa se hacía con menos frecuencia en el hogar, pero se compraba confeccionada en tiendas, se contrataba a mujeres como costureras en la industria de la confección. Incluso después de emergencias nacionales, como las Guerras Mundiales, durante las cuales se alentó a las mujeres a aceptar trabajos de manufactura para reemplazar a los hombres que estaban en el servicio militar, las mujeres regresaron a las tareas domésticas o a ocupaciones tradicionalmente femeninas, como el trabajo de oficina y la enfermería.

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En la década de 1970, las mujeres casadas comenzaron a ingresar a la fuerza de trabajo en gran número, y la estricta segregación de las mujeres en ciertas ocupaciones comenzó a disminuir un poco a medida que surgieron nuevas oportunidades para las trabajadoras en ocupaciones tradicionalmente masculinas. La nueva tecnología ha significado que muchas tareas que antes requerían un gran esfuerzo físico, y por lo tanto estaban restringidas a los hombres, ahora se pueden realizar simplemente presionando botones. Operar una excavadora, por ejemplo, no necesita tanto poder muscular como atención, juicio y coordinación, cualidades tan abundantes en las mujeres como en los hombres. Sin embargo, el ingreso de las mujeres en ocupaciones que antes eran competencia de los hombres resultó ser más lento de lo esperado. Esta persistente segregación ocupacional por sexo es en gran medida responsable de las considerables diferencias de remuneración que aún existen. Parecería que, aunque el rápido progreso tecnológico ha permitido a las mujeres de los países altamente industrializados abandonar ciertos papeles tradicionales, el determinismo tecnológico—o la racionalidad tecnológica—no siempre prevalece sobre las opiniones culturales y las prácticas sociales heredadas del pasado.

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