Imagina que eres un hacedor de políticas que intenta reducir el consumo de refrescos. Debido a que no es saludable, le gustaría desalentar a las personas de su comunidad de beber demasiado.
Puedes poner carteles que expliquen que no es saludable beber refrescos, hacer que las tiendas muestren refrescos en lugares de difícil acceso, introducir un impuesto sobre los refrescos o hacer que sea ilegal que las tiendas vendan refrescos. Por otro lado, algunos de sus colegas podrían estar diciéndole que si la gente quiere beber refrescos, no es su lugar detenerlos.
Este escenario pone de relieve un dilema entre intervenir por el propio bien de las personas y dejar que las personas elijan libremente a expensas de resultados pobres. ¿Cuánta responsabilidad tienen los responsables de las políticas para asegurarse de que las personas tomen decisiones saludables? La ciencia del comportamiento aporta nuevos conocimientos a este debate filosófico de larga data.
Elegir qué hacer y qué enfoque tomar requiere tomar una decisión sobre el paternalismo o influir en el comportamiento de alguien para su propio bien. Cada vez que alguien diseña políticas, productos o servicios, toma una decisión sobre el paternalismo, lo sepa o no. Influirán inevitablemente en cómo se comportan las personas; no existe tal cosa como una elección neutral.
Los argumentos sobre el paternalismo se han centrado tradicionalmente en los extremos extremos del espectro; o dejas que la gente tenga completa autonomía, o restringes completamente los comportamientos indeseables. En realidad, sin embargo, hay muchas opciones en el medio, y hay pocas pautas sobre cómo uno debe navegar el complejo panorama moral de la influencia para decidir qué enfoque se justifica en una situación dada.
Los economistas tradicionales pueden abogar por una mayor autonomía sobre la base de que las personas siempre se comportarán de acuerdo con su propio interés. En su opinión, las personas tienen preferencias estables y siempre sopesan los costos y beneficios de cada opción antes de tomar decisiones. Debido a que conocen sus preferencias mejor que los demás, deben ser capaces de actuar de forma autónoma para maximizar sus propios resultados positivos.
Pero sabemos que eso no es lo que la gente hace en realidad. El mundo real es un lugar complicado para navegar, y los humanos usan heurística—reglas mentales básicas—para superar sus días. Desafortunadamente, estas reglas generales no siempre funcionan de manera óptima; hay momentos en que las personas son propensas a sesgos y no se comportan en su mejor interés a largo plazo. Esto puede resultar en un grave perjuicio para su salud, riqueza y felicidad.
Reconocer los errores predecibles que ocurren cuando la heurística falla comúnmente inspira llamadas para restringir la elección individual. A veces, estas llamadas incluso provienen directamente de personas que saben que se comportarán de manera que violen su mejor interés a largo plazo. Por ejemplo, los pacientes pueden decirle a su médico que saben que deben perder peso y que tienen la intención de hacer los cambios necesarios en su estilo de vida. Sin embargo, en cada cita, no han hecho nada para abordar el problema. A pesar de su mejor intención, no logran alcanzar su objetivo.
El médico, al conocer las dificultades comunes y las formas de evitarlas, podría intervenir y ayudar al paciente a cambiar su comportamiento por su propio bien. Pero para hacerlo, habrá un cierto nivel de paternalismo; hay una suposición de que el médico sabe lo que es mejor, y que sin su intervención al paciente le irá peor. Para que el paciente tenga el mejor resultado, el médico puede limitar su autonomía.
Sin embargo, no todos están de acuerdo en cómo los médicos deben limitar la autonomía de sus pacientes, o incluso si deben hacerlo. Históricamente, ha sido difícil encontrar un consenso. La ciencia del comportamiento puede arrojar luz sobre el camino correcto a seguir de varias maneras diferentes.
A medida que las aplicaciones de la ciencia del comportamiento al diseño de procesos, productos y políticas se vuelven cada vez más comunes, estamos descubriendo cuán poderosas pueden ser las intervenciones basadas en presentaciones o esfuerzos, como los empujones y los valores predeterminados.
Por ejemplo, si el refresco se muestra en una parte menos visible de la tienda, es menos probable que los clientes lo compren. También sabemos que los incentivos y sanciones no tienen que ser financieros; en el entorno adecuado, el reconocimiento o elogio por realizar un comportamiento deseado puede ser igual o incluso más efectivo. Con nuevas intervenciones disponibles, muchas de las cuales preservan la elección de una persona, la decisión en blanco y negro de ser paternalista se convierte en una pregunta más matizada de «¿cuánto paternalismo se justifica en esta situación?»
Una de las grandes contribuciones de la ciencia del comportamiento es llevar su metodología a dominios donde la evaluación ha dependido en gran medida de métodos cualitativos. Utilizando métodos como ensayos controlados aleatorios, la ciencia del comportamiento proporciona un enfoque experimental para comprender la eficacia de las intervenciones. Debido a que cada situación es compleja, no tenemos garantías de que una intervención funcione en una situación determinada. Probar su eficacia nos permite saber que en realidad están proporcionando beneficios y no solo restringiendo la autonomía.
En la práctica, esto significa que hemos mejorado en la comprensión de los costos y beneficios de las políticas e intervenciones. La formulación de políticas más basadas en pruebas es clave para decidir cuán paternalistas podemos y debemos ser.
El debate sobre la justificación del paternalismo hasta la fecha ha sido en gran medida filosófico. Los mismos enfoques empíricos que usan los científicos del comportamiento para comprender la eficacia de las intervenciones también se pueden usar para examinar y descubrir los factores que hacen que las personas vean el paternalismo como más o menos justificable. Más allá de los beneficios de intervenir y los costos de quitar la autonomía, ¿hay otros factores que los tomadores de decisiones deberían considerar?
La investigación más reciente de nuestro laboratorio, que cuenta con el apoyo de la Fundación Robert Wood Johnson, sugiere que uno de los factores adicionales que los tomadores de decisiones deben considerar se relaciona con las características del comportamiento que fomenta la intervención. Por ejemplo, si el comportamiento se considera más «sagrado», personal y esencial para el sentido de sí mismo de una persona, se considerará menos aceptable afectar la autonomía.
Finalmente, debemos tener en cuenta que los tomadores de decisiones tienen sus propios sesgos que también deben tenerse en cuenta. Al igual que el resto de nosotros, no siempre realizan análisis de costo-beneficio perfectamente racionales. Sin embargo, a medida que diseñan políticas que impactan a un gran número de personas, es aún más importante que los sesgos se mantengan bajo control.
En industrias como el cuidado de la salud y la aviación, herramientas simples como listas de verificación han proporcionado mejoras notables. En lo que respecta a los encargados de formular políticas, una herramienta similar puede ayudar a fomentar un enfoque reflexivo de una consideración ética difícil pero necesaria.
El paternalismo puede parecer un tema espinoso, pero también es inevitable para cualquiera que diseñe los productos, servicios y entornos que la gente usa. Las decisiones que tomamos al diseñar la infraestructura de la sociedad siempre van a venir con sesgos inherentes. Elegir ignorar el paternalismo no se traduce en defender la libre elección.
En su lugar, debemos centrarnos en el uso de las herramientas y teorías de la ciencia del comportamiento para decidir cuándo y cómo el paternalismo puede usarse para el bien común. Con pensamiento y cuidado, podemos desarrollar políticas que tengan la cantidad y el tipo correctos de paternalismo para ayudarnos a alcanzar nuestros objetivos.